CHARLA DIVULGATIVA EN LA CASA DE ZAMORA EN VALLADOLID
Impartida por nuestro secretario, José Manuel Gómez, tuvo lugar el día 15 de mayo, 2025.
Dirigida a personas que no sufren el SPI y que estuvieron interesadas en conocer sobre nuestra enfermedad.
La escena era casi cotidiana: un salón sobrio, sillas plegables, un micrófono sin pretensiones. Pero lo que ocurrió el pasado 15 de mayo en la Casa de Zamora, en Valladolid, distó mucho de ser una conferencia más. Porque cuando el cuerpo se mueve sin querer, lo que verdaderamente se agita es el alma. Y eso fue precisamente lo que logró José Manuel Gómez Montero, secretario de AESPI, al dar voz —y rostro— a una enfermedad que, hasta hace poco, se escondía como una molestia nocturna sin nombre: el síndrome de piernas inquietas, o como ahora intentamos humanizarlo, la enfermedad de Willis-Ekbom.
Enmarcada dentro de la campaña #VisualizaSPI, la charla no fue un desfile de cifras ni una letanía médica: fue una revelación. Gómez Montero habló con la sobriedad de quien conoce, en propia piel, la desesperación, propia y ajena, no desde los libros, sino desde los mensajes, llamadas y miradas que llegan a AESPI. Su intervención fue clara, directa, y —en un giro casi irónico— puso patas arriba la percepción de los presentes. Porque lo que parecía una excentricidad de insomnes crónicos terminó revelándose como una dolencia tan invisible como devastadora.
Pero lo que realmente trastocó el ambiente fueron los testimonios. Voces reales, temblorosas y valientes, que arrancaron suspiros, cejas fruncidas y hasta algún silencio incómodo. Porque escuchar que alguien no ha dormido en condiciones desde hace años, que el cuerpo le traiciona cada noche como un huésped cruel, o que su hijo o hija sufre de dolores continuos, que se auto margina, no deja indemne ni al más escéptico.
La enfermedad de Willis-Ekbom no mata, pero desgasta. No paraliza, pero esclaviza. Y ese fue el gran acierto de la conferencia: mostrar la antítesis brutal entre la aparente levedad del trastorno y la profundidad de su impacto en la vida cotidiana.
Al finalizar, muchos asistentes reconocieron, con algo de rubor y sorpresa, que jamás habían escuchado hablar de la enfermedad o que la consideraban casi un capricho neurológico menor. Salieron con otra mirada, más amplia, más humana. Y tal vez, solo tal vez, con la idea de que hay batallas silenciosas que merecen más espacio en nuestra conversación pública.
Porque a veces, basta con quedarse quieto y escuchar para entender el movimiento desesperado del otro.
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