AMOR SIN CONDICIONES. Por Ana Pérez
AMOR SIN CONDICIONES
Carmen entró a servir en casa de Manuel y Frasquita cuando se casaron. Era casi una niña. Pasó toda su vida en esa casa. Ya era mayor y seguía llevando la casa que compartía con su Manuel.
Había invitado a sus amigas a merendar aprovechando que Manuel había ido a jugar la partida al casino. Saboreando el bizcocho, Leonor, la de la Posá, que estaba acostumbrada a poner a los hombres en su sitio, le espetó: ¿alguna novedad? Anda que no eres tonta… Estás perdiendo el tiempo. Te has hecho vieja en esta casa que todavía huele a Frasquita, trabajando para todos ellos. Ahora, de viudo lo sigues cuidando como si fuera tu marido y para más inri le calientas la cama. Tienes que hablar con él, que ponga ya a tu nombre al menos el cacho olivar que está por el Raposo, ahora que aún está vivo. A Carmen se le frunce el ceño y contesta –Si yo no necesito propiedades, él me trata bien. Además sus hijos no lo permitirían y me da vergüenza pedirle nada, solo soy la criada-.
Nunca habló con él. Ese invierno Manuel murió. Acudieron sus hijos al funeral y a tomar posesión de las propiedades. Nadie tuvo en cuenta a Carmen que le lloró a escondidas. Debía ocultar sus sentimientos después de tantos años juntos. Se quedó sin su Manuel, vieja y con las manos vacías.
Ana Pérez
Comentario (1)
Realmente amor sin condiciones acompañando a toda una vida. Muy bonito el texto Ana.